martes, 26 de julio de 2016

Con las manos en la masa (Por el Aniversario de Cervantes y Shakespeare)

-No me mates que ya me mato yo. –dijo la gigante a Don Quijote (una gigante de verdad, no esos molinos del cuento que tanto le gustaba leer y releer hasta el hartazgo).

Don Quijote, o Miguel como era su verdadero nombre, se quedó perplejo no sabiendo qué hacer con la lanza que apuntaba directamente al pecho de aquella mujer enorme que no paraba de llorar.

-Perdone que me meta donde no me llaman, pero puesto que vuesa merced me va a facilitar todo el trabajo, ¿Puedo saber a qué viene tal deseo de morir?

La giganta se secó las lágrimas que formaban grandes charcos al caer contra el suelo, y sollozando, empezó a hablar.

-Mi nombre es Julieta y recientemente ha muerto la razón de mi vida, el amor de mis amores, todo lo que deseaba,  todo lo que tenía en este mundo, mi amante el gran William Romeo Shakespeare. Una herida en mi enorme corazón se ha abierto para no volverse a cerrar, mis lágrimas inundaran ciudades y mi gritos de dolor taparan cualquier tormenta, no deseo otra cosa más que morir en paz para, de una vez por todas, volverme a encontrar con mi amado. –empezó de nuevo a llorar, el caballo de Miguel Quijote se enrabietó estando a punto de tirarle al suelo.

El caballero suspiró, él solo había venido a matar a un gigante para ganarse la reputación que merecía y a cambio, allí estaba consolando a aquel edificio con patas. A él era a quien llamaban loco pero estaba claro que los locos eran el resto del mundo.

-Pero mujeeeer, ¿No ves que hay mas peces en el mar? O en su caso ballenas mas bien. Esto no es el fin ya verá cómo no.

-Murió por mi culpa el pobre de mí William Romeo, se suicidó al creerme muerta, no puedo seguir respirando con esa carga sobre mis hombros. No pudo soportar vivir sin mí y decidió beberse un veneno para estar a mi lado, no puedo hacer yo menos. –y arrebatándole la lanza de las manos, se apuñalo con ella en su enorme pecho cayendo de forma dramática contra el suelo justo antes de dejar de respirar y con ello, de llorar.

Quijote no tuvo tiempo de reaccionar, en ese momento deseaba haber estado hablando con molinos de verdad aunque, mirándolo por el lado bueno, no había tenido que mancharse las manos y no había nadie cerca que fuera testigo de lo ocurrido.

Se bajó de su caballo y, escalando sobre el vestido de la llamada Julieta llegó hasta donde estaba clavada la lanza. La agarró con las dos manos tirando con todas sus fuerzas para desprenderla del cuerpo ya inerte.

-¡Julieta estoy vivo! –se oyó una fuerte voz en ese momento a sus espaldas. –No tomé la dosis letal para un gigante y cuando desperté me dijeron que tu también estabas vi…

Se hizo un silencio, Julieta tendida en el suelo esta vez muerta de verdad, el gigante Romeo enfrente de ella vivito y coleando, Quijote de pie encima del muerto lanza ensangrentada en mano. Soltó un bufido.

-Quien me mandaría dejar mis libros de caballería.

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