-No
me mates que ya me mato yo. –dijo la gigante a Don Quijote (una gigante de
verdad, no esos molinos del cuento que tanto le gustaba leer y releer hasta el
hartazgo).
Don
Quijote, o Miguel como era su verdadero nombre, se quedó perplejo no sabiendo
qué hacer con la lanza que apuntaba directamente al pecho de aquella mujer
enorme que no paraba de llorar.
-Perdone
que me meta donde no me llaman, pero puesto que vuesa merced me va a facilitar
todo el trabajo, ¿Puedo saber a qué viene tal deseo de morir?
La
giganta se secó las lágrimas que formaban grandes charcos al caer contra el
suelo, y sollozando, empezó a hablar.
-Mi
nombre es Julieta y recientemente ha muerto la razón de mi vida, el amor de mis
amores, todo lo que deseaba, todo lo que
tenía en este mundo, mi amante el gran William Romeo Shakespeare. Una herida en
mi enorme corazón se ha abierto para no volverse a cerrar, mis lágrimas
inundaran ciudades y mi gritos de dolor taparan cualquier tormenta, no deseo
otra cosa más que morir en paz para, de una vez por todas, volverme a encontrar
con mi amado. –empezó de nuevo a llorar, el caballo de Miguel Quijote se
enrabietó estando a punto de tirarle al suelo.
El
caballero suspiró, él solo había venido a matar a un gigante para ganarse la
reputación que merecía y a cambio, allí estaba consolando a aquel edificio con
patas. A él era a quien llamaban loco pero estaba claro que los locos eran el
resto del mundo.
-Pero
mujeeeer, ¿No ves que hay mas peces en el mar? O en su caso ballenas mas bien.
Esto no es el fin ya verá cómo no.
-Murió
por mi culpa el pobre de mí William Romeo, se suicidó al creerme muerta, no
puedo seguir respirando con esa carga sobre mis hombros. No pudo soportar vivir
sin mí y decidió beberse un veneno para estar a mi lado, no puedo hacer yo
menos. –y arrebatándole la lanza de las manos, se apuñalo con ella en su enorme
pecho cayendo de forma dramática contra el suelo justo antes de dejar de
respirar y con ello, de llorar.
Quijote
no tuvo tiempo de reaccionar, en ese momento deseaba haber estado hablando con
molinos de verdad aunque, mirándolo por el lado bueno, no había tenido que
mancharse las manos y no había nadie cerca que fuera testigo de lo ocurrido.
Se
bajó de su caballo y, escalando sobre el vestido de la llamada Julieta llegó
hasta donde estaba clavada la lanza. La agarró con las dos manos tirando con
todas sus fuerzas para desprenderla del cuerpo ya inerte.
-¡Julieta
estoy vivo! –se oyó una fuerte voz en ese momento a sus espaldas. –No tomé la
dosis letal para un gigante y cuando desperté me dijeron que tu también estabas
vi…
Se
hizo un silencio, Julieta tendida en el suelo esta vez muerta de verdad, el
gigante Romeo enfrente de ella vivito y coleando, Quijote de pie encima del
muerto lanza ensangrentada en mano. Soltó un bufido.
-Quien
me mandaría dejar mis libros de caballería.
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