Nada le molestaba, allí arriba él
era feliz, no eran apenas diez minutos al día, a veces ni siquiera llegaban a
cinco, pero esos minutos eran respirados segundo a segundo pasando a
convertirse en la razón de su existencia.
Cierto era que al volver a la
realidad pasaba a darse cuenta de todo lo que esta conllevaba consigo, el
ruido, las preocupaciones, los agobios, el egoísmo, la velocidad… pero allí
arriba, durante ese momento de tumbarse y cerrar los ojos, de sentir la
fragilidad de lo que le sostenía, de disfrutar aquel inmenso espacio repleto de
aire, de sentir el vacio a su espalda,
todo esas cosas no eran más que nimiedades.
Sabía que en un futuro, si se lo
proponía, solo se acordaría de las cosas buenas, el propósito era asegurarse de
tener esos recuerdos y recopilarlos en el poco tiempo que durara su
existencia. Aprovecha el momento, ese era su lema y como tal, lo seguía a
rajatabla yendo todas las mañanas, tras
largas horas de duro esfuerzo poco gratificante y peor remunerado, a aquel
lugar en el que pegaba la espalda al duro metal sabiendo que aquello era algo
que casi nadie más podía disfrutar.
Desde aquella altura nada parecía
importante, incluso los rascacielos que
formaban aquella inmensa ciudad de bullicio y contaminación pasaban a ser meros
juguetes que podía tapar con el dedo de una mano.
Diez minutos, diez minutos de
libertad al día no era mucho pedir y en cambio, se había convertido en lo más importante
de todo lo que hacía.
Allí simplemente era feliz y al
fin y al cabo, ¿No es lo que buscamos todos?