martes, 8 de noviembre de 2011

sábado, 5 de noviembre de 2011

La arquitectura, una vocación

Elegí estudiar la carrera de arquitectura sin estar muy seguro de en donde me metía, como una mayoría, supongo.

Poco a poco esa inseguridad que había tenido al empezar la carrera fue en aumento, llegando a dudar de si realmente valía para ello. No era bueno dibujando, ni mucho menos, y mi imaginación para hacer proyectos parecía que se había tomado unas vacaciones indefinidas.

A la hora de coger la iniciativa para hacer algo, era incapaz de hacerlo sin antes aprender su procedimiento mediante otras personas. Y para colmo, los profesores no hacían otra cosa que demostrarme que no pintaba nada en esa escuela, en vez de animarme a continuar en ella. En definitiva, todo apuntaba a ser un chapuzas de nacimiento al que no le gustaba la asignatura más importante y característica de la carrera.

A día de hoy estoy en segundo de carrera y me siguen pasando todas y cada una de esas cosas. Sigue dándoseme mal el dibujo, me sigue gustando igual de poco la asignatura de proyectos, y mi relación con los profesores es, cuanto menos, de indiferencia. Pese a todo esto, aun continuo en la carrera con la intención de acabarla y poder llegar a ser en un futuro, mejor pronto que tarde, un buen arquitecto, ya sea proyectando casas, calculando estructuras o como jefe de bomberos. No como profesor, nunca como profesor.

En ningún momento desde que entre en arquitectura me he planteado dejarla. Y hasta en las peores situaciones en las que incluso mi moral acababa por los suelos, siempre he encontrado algo que me ha hecho enorgullecerme de estar donde estoy.

Ya sea una amiga que muestra, sin pudor alguno, su amor por la carrera, un “joven” arquitecto que no puede evitar infundirnos su optimismo a la hora de hablar sobre su profesión, o simplemente un compañero de clase que usa el poco tiempo libre que tiene en buscar información sobre algún arquitecto sin importancia. Todo ello me regenera de nuevo los ánimos que tenía el primer día de clase.

Ayer viernes fui a una exposición oral en la que las personas que habían venido a hablar, tenían un tiempo total de seis minutos para mostrar todo lo que les fuera en gana. Esa exposición empezó a las 11 de la noche, y el local estaba repleto de gente, en especial futuros arquitectos, que habían decidido asistir a las diferentes charlas, en vez de salir de fiesta como habría hecho cualquier otra persona.

Los que exponían eran personas de todo tipo, un socio de una asociación de software libre, un cocinero, un fotógrafo, una voluntaria de una ONG, una diseñadora de joyas…

Entre todos ellos, y ya para el final, salió al escenario un arquitecto. No fue para nada el primer arquitecto que había expuesto esa noche, antes habían pasado otros dos o tres a “hablar” de sus cosas. Pero si fue el primero que llegó a todos los estudiantes que allí estábamos.

Habló del optimismo que debíamos tener los arquitectos, y como al contrario, éramos en la realidad. Se burló del estereotipo de arquitecto que por desgracia, en la mayoría de los casos, es cierto, y de cómo también somos personas que nos encontramos con muchos problemas en la vida.

Por lo que se veía en esos minutos de presentación, no parecía que hubiera nada bueno que tuvieran que envidiar el resto de profesiones. Pero aquel hombre no parecía para nada disgustado sobre el tema, sino que nos trasmitió a todos los que allí estábamos, su alegría y pasión por lo que estaba haciendo.

De nuevo sentí, después de haber tenido una semana dura y no haber dormido nada desde el día anterior, cómo todas las energías se me cargaban.

Cierto que no soy bueno en hacer lo que hago y que muchas personas en mi situación se buscarían otros estudios, pero quiero serlo, quiero ser bueno y quiero estar donde ahora estoy. Ese sentimiento al decir que estoy estudiando arquitectura no lo tendría en otra carrera. Y cierto que a lo largo de todos los años venideros me cruzare con muchos profesores que dirán e intentaran demostrar que no merezco estar aquí.

Pero qué sabrán ellos, y mejor dicho, ¿con que derecho querrán decidir sobre mi futuro?

Solo yo sé si valgo para esta carrera, y solo yo seré el que decida si seguir o no en ella. Porque como me dijo alguien una vez, “los arquitectos somos gilipollas” y muy a desgracia mía con una gran mayoría de ellos esta frase cobra todo el sentido.